París por todo lo alto
París, la ciudad donde todo empieza
Hay ciudades que se descubren, y otras que se viven. París pertenece a las segundas: no se recorre, se respira. Cada rincón parece pensado para dos, cada puente invita a detenerse, cada café sugiere una conversación larga. Aquí, el amor no es una postal sino una manera de estar. Desde el primer croissant compartido en una terraza de Saint-Germain hasta el último brindis frente al Sena, todo parece tener un sentido secreto, una coreografía invisible que solo los enamorados pueden seguir.
La ciudad se despliega como una película en blanco y negro que uno nunca se cansa de ver: el sonido del metro, los balcones de hierro forjado, el perfume de las panaderías al amanecer, la elegancia sin esfuerzo de quienes la habitan. París sigue siendo el escenario perfecto para enamorarse —por primera vez o de nuevo—, porque tiene la capacidad de volver cotidiano lo extraordinario.
quí el tiempo se mide en paseos y miradas: un almuerzo en Montmartre, una tarde en el Museo Rodin, una copa al anochecer en la Île Saint-Louis. Cuatro días bastan para vivir un pequeño capítulo de esa historia infinita que la ciudad sigue escribiendo, uno en el que la rutina se suspende y lo único importante es compartir el instante.

